OPINIÓN

Anatomía de un bulo

En lugar de aunar fuerzas, los echacuervos mediáticos han preferido que imperen el radicalismo y la polarización
Anatomía de un bulo
Vito Quiles y Alvise Pérez, en un montaje / Península

Hubo un tiempo en el que surgían humildes hombres dispuestos a jugárselo todo. Figuras carismáticas y decididas, entregadas a un tiempo; a una causa. Poseían una singular capacidad para interpretar y dar voz a aquellas necesidades de quienes enfrentaban interminables jornadas agotadoras, con condiciones más que cuestionables y con salarios que no permitían comer más de una vez al día. Con frecuencia, eran seres potencialmente cultivados y educados en círculos en los que el pensamiento crítico y las ideas para transformar el mundo eran lo común. Buscaban la justicia social a través de la verdad, haciendo frente a los poderosos. Su causa tenía una base empírica, argumentos sólidos que anulaban cualquier discrepancia. Eran hechos. 

Los tiempos han cambiado. Antes iban con antorcha, y en otras ocasiones con hoz en mano. Hoy van con teléfonos y micrófonos serigrafiados con la intención de mostrar un ápice de profesionalidad e institucionalismo. Pero no cuela. Hoy tratan de convencernos de que "solo el pueblo salva al pueblo", pero se les olvida que ese "Estado fallido" al que llaman, también es nuestro. Estado son todos aquellos concejales, alcaldes, policías, militares y sanitarios dejándose la piel por sus vecinos. Estado es una plaza pública de universidad, un tratamiento en un hospital, una reparación de infraestructuras en mitad de una crisis... Estado somos nosotros, lo construimos entre todos. En lugar de aunar fuerzas, los echacuervos mediáticos han preferido que imperen el radicalismo y la polarización. No les importa el conflicto, no les importan las víctimas: les importa llenar el bolsillo con bulos cada vez menos elaborados. Total, el destinatario medio tiene menos luces que una lancha de contrabando.

Con más fuerza que la dana, se desataba (y se desata) con fervor un tsunami de lecturas conspiranoicas y teorías de grupos radicales. Se cuelan donde quieren. En clase, en el trabajo, en comidas, en las redes. Están en todas partes y se mueve más rápido que la información contrastada. La impunidad de estos rufianes corresponde a la inacción de las plataformas digitales y a las propias autoridades. No hay anticuerpos, no hay escudo, no hay nada que nos proteja y sirva de filtro. Ellos esperan agazapados cual salvaje acechando a su presa para lanzarse al escenario en cuanto sucede una desgracia lo suficientemente rentable para aprovecharse del dolor y la rabia de las víctimas. Y funciona. 

Todos nos mienten, pero solo ellos poseen la verdad. Todos manipulan, pero solo ellos actúan con honor y humildad; véase Rubén Gisbert. Todos se equivocan, pero ellos nunca lo hacen. Y si sucede, la culpa siempre es de otros. No hay rectificación, no hay disculpas, no hay reconocimiento. Solo hay bilis. Parafraseando a Borrell, se dedican a verter esa mezcla de serrín y estiércol, que es lo único que son capaces de producir.

Anatomía de un bulo